domingo, 31 de julio de 2016


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Heinrich von Kleist (Frankfurt, 1777 – Berlín, 1811)

Estudiante de Derecho y Filosofía, militar, novelista, dramaturgo y poeta romántico.
Entre sus obras, “La marquesa de O”, “Pentesilea”, El jarrón roto” y “La batalla de Arminio.”
Decepcionado por el fracaso de su última obra, deprimido por la ocupación francesa y contrariado por el cáncer que sufría su amante, disparó contra ella y después contra sí mismo, muriendo ambos.


La mendiga de Locarno

En Locarno, Italia superior, al pie de los Alpes, se hallaba el viejo palacio de un Marqués, y que en la actualidad, viniendo de San Gotardo, puede verse en ruinas: un palacio con grandes y espaciosas habitaciones, en una de las cuales fue alojada por compasión, sobre un montón de paja, una anciana mujer enferma, a la que el ama de llaves encontró pidiendo limosna ante la puerta. El Marqués, que al volver de la caza entró en la estancia donde solía dejar los fusiles, ordenó malhumorado a la mujer que se levantase del rincón donde estaba acurrucada y se pusiese detrás de la estufa. La mujer, al incorporarse, resbaló con su muleta y se cayó, golpeándose la espalda de tal modo que luego apenas pudo levantarse y tal como le habían ordenado salió del cuarto. Entre quejidos se hundió y desapareció tras la estufa.
Muchos años después, el Marqués, debido a las guerras y a su inactividad, se encontraba en una situación precaria, un caballero florentino se dirigió a él con intención de comprar el castillo. El Marqués, que tenía gran interés en la venta, ordenó a su esposa que alojara al huésped en la mencionada estancia vacía, que estaba muy bien amueblada. Pero cuál no sería la sorpresa del matrimonio cuando el caballero, a medianoche, pálido y turbado, apareció jurando que había fantasmas y que alguien invisible se movía en un rincón del cuarto, como si estuviese sobre paja, y que se podían percibir pasos lentos y vacilantes que atravesaban y cesaban al llegar a la estufa, entre quejidos.
El Marqués quedó aterrado, sin saber por qué, se echó a reír falsamente y dijo al caballero que, para mayor tranquilidad, pasaría la noche con él en la habitación. Pero el caballero suplicó que le permitiese dormir en un sillón en su alcoba, y cuando amaneció mandó ensillar, se despidió y emprendió el viaje.
Este suceso, que causó sensación, asustó mucho a los compradores, lo que incomodó extraordinariamente al Marqués, tanto es así que incluso entre los moradores del castillo se propagó el incomprensible rumor de que eso sucedía en el cuarto a las doce de la noche, por lo cual decidió él  mismo terminar con la situación e investigar en persona el asunto. Así pues, apenas cayó el ocaso, ordenó que pusieran la cama en la estancia y permaneció sin dormir hasta la medianoche.
Pero cuál sería su impresión cuando al sonar las campanadas de medianoche percibió el extraño murmullo; era como si un algo se levantase de la paja, que crujía, y atravesase la habitación, para desaparecer tras la estufa entre suspiros y gemidos.
A la mañana siguiente, la Marquesa, cuando él apareció, le preguntó qué habáa pasado; y como él, con mirada temerosa e inquieta, después de haber cerrado la puerta, le asegurase que era cosa de fantasmas, ella se asustó como nunca se había asustado y le suplicó que antes de hacer pública la cosa volviese a someterse, y esta vez con ella, a otra prueba.
Y, en efecto, la noche siguiente, acompañados de un fiel servidor, escucharon el rumor fantasmal, y solo obligados por el intenso deseo que sentían de vender el castillo, supieron disimular ante el sirviente el espanto que les poseía, atribuyendo el suceso a motivos casuales y sin importancia alguna. Al llegar la noche del tercer día, ambos, para salir de dudas, latiéndoles el corazón, volvieron a subir las escaleras que conducían a la habitación de los huéspedes, y como se encontrasen al perro, que se había soltado ante la puerta, lo llevaron consigo con la secreta intención, aunque no se lo dijeron entre sí, de entrar  la habitación acompañados de otro ser vivo.
El matrimonio, después de haber depositado dos luces sobre la mesa, La Marquesa sin desvestirse, el Marqués con la daga y las pistolas, se tumbaron en la cama; y mientras trataban de conversar, el perro se tumbó en medio del cuarto, acurrucado con la cabeza entre las patas. Y he aquí que justo al llegar la medianoche se oyó el espantoso rumor; alguien invisible se levantó del rincón de la habitación apoyándose en unas muletas, se oyó ruido de paja, y cuando comenzó a andar, tap, tap, se despertó el perro y se levantó, enderezando las orejas, y comenzó a ladrar y a gruñir, como si alguien con paso desigual se acercase, y fue retrocediendo hacia la estufa.
Al ver esto, la Marquesa, con el cabello erizado, salió de la habitación, y mientras el Marqués, con la daga desenvainada gritaba: ¿Quién va?, como nadie respondiese y él se agitara como un loco furioso que trata de encontrar aire para respirar, ella mandó ensillar decidida a salir hacia la ciudad. Pero antes de que corriese hacia la puerta con algunas cosas que había recogido precipitadamente, pudo ver el castillo en llamas.
El Marqués, preso del pánico, había tomado una vela y cansado como estaba de vivir, había prendido fuego a la habitación, toda revestida de madera. En vano la marquesa envió gente para salvar al infortunado; éste encontró una muerte horrible, y todavía hoy sus huesos, recogidos por la gente del lugar, están en el rincón de la habitación donde él ordenó a la mendiga de Locarno que se levantase.


Heinrich Von Kleist

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lunes, 25 de julio de 2016

Bromas

Éste era un sapo
con la barriguita de trapo
y los ojos al revés
¿Quieres que te lo cuente otra vez?
(Popular)
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Un castillejo hace Antón
de naipes sobre una criba;
sopla Blasa por debajo
y el castillejo derriba.
(Quevedo)

Me casé con un enano
por hartarme de reír;
le puse la cama en alto
y no podía subir
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Zapatero remendero
come tripas de carnero.
¡Cómetelas tú
que yo no las quiero!
(Popular)

Mañana domingo
de pipiripingo,
se casa Benito
con un pajarito.
-¿Quién es la madrina?
-Doña Catalina.
-¿Quién es el padrino?
-Don Juan Botijón,
cabeza de terrón,
bocha de melón,
patas de azadón.

(Popular)

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martes, 19 de julio de 2016

Barlovento

Cuelga colgada,
cuelga en el viento,
la gorda luna
de barlovento.
Mar: Higuerote.
(La selva untada
de chapapote.)
Río: Río Chico.
(Sobre una palma,
verde abanico,
duerme un zamuro
de negro pico.)
Blanca y cansada
la gorda luna
cuelga colgada.
El mismo canto
y el mismo cuento,
bajo la luna
de Barlovento.
Negro con hambre,
piernas de soga,
brazos de alambre.
Negro en camisa,
tuberculosis
color ceniza.
Negro en su casa,
cama en el suelo,
fogón sin brasa.
¡Qué cosa cosa,
más triste triste,
más lastimosa!
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(Blanca y cansada,
la gorda luna
cuelga colgada.)
Suena, guitarra
de Barlovento,
que lo que digas
lo lleva el viento.
 –Dorón dorando,
un negro canta,
y está llorando.
 –Dorón dorendo,
sepan, amigos,
que no me vendo.
–Dorón dorindo,
si me levanto,
ya no me rindo.
-Dorón dorondo,
de un negro hambriento
yo no respondo.
(Blancay cansada,
la gorda luna
cuelga colgada.)


Nicolás Guillén

miércoles, 13 de julio de 2016

Fórmulas para empezar un cuento:

Érase lo que se era, el mal que se vaya y el bien que se venga…
Era esta vez, como mentira que es…
Érase que se era…
Haga usted cuento y saber…
Había una vez…
Cierto día…
Érase una vez…
En un país lejano…
En aquellos tiempos…
Para saber y contar y contar para aprender…
Hace muchos años…
Vivía una vez…
Hace mucho tiempo…

En tiempos de Maricastaña

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miércoles, 6 de julio de 2016


 

EL CORAZÓN DELATOR de Edgar Allan Poe

“Los crímenes de la calle morgue”, “El gato negro”, son sólo dos de sus numerosísimos y famosísimos libros de cuentos, a los que, sobre todo, debe su fama este escritor bohemio y vagabundo, figura cumbre de la literatura americana.


En EL CORAZÓN DELATOR, el protagonista quiere al viejo. El problema no es el viejo sino aquel ojo azul pálido recubierto de una telilla…Y sobre todo, el problema es que los sentidos se agudizan enormemente en la enfermedad, especialmente el sentido del oído